sábado, 19 de diciembre de 2015

Testimonios de Guerra: Alfonso Ugarte - I

Por: Juan Carlos Flórez Granda
Director SEHCAP
jcflorezg@yahoo.com

Nadie duda de algunos actos sobresalientes de nuestros personajes peruanos durante la pasada guerra con Chile en 1879. La historia oficial ha nombrado un sinnúmero de veces las proezas de muchos de ellos como Miguel Grau, Francisco Bolognesi, Alfonso Ugarte, entre otros. Y precisamente sobre este último se le recuerda por haberse lanzado al vacío desde el Morro de Arica durante la toma chilena el 7 de junio de 1880.
Ugarte era un acaudalado empresario nacido en Iquique el 13 de julio de 1847, administrador de las empresas salitreras de su familia. Durante la guerra dejó sus responsabilidades empresariales para contribuir a la defensa de su tierra. Para ello, junto a un grupo de empresarios, crearon el batallón Iquique No.1, conformado por personal de las empresas, siendo jefe del mencionado batallón con el grado de coronel.

Se desempeñó valientemente en las batallas de San Francisco y Tarapacá, inmolándose la mañana del 07 de junio en el Morro de Arica.

Bajo el título de “Testimonios de Guerra” presentaremos relatos oficiales de sobrevivientes que han participado junto a ellos, mostrándonos aspectos poco conocidos, datos interesantes y sobre todo, dibujado el perfil de cada personaje, todos de igual valentía y méritos como los que lo narran.

Como los relatos carecen en general de puntuaciones, estilo y tiempos, he retocado ligeramente estos para que se pueda entender el contexto. Principalmente estos tenían como finalidad obtener un reconocimiento de participación en las batallas, de acuerdo a las solicitudes de las distintas comisiones que se formaron a principios del siglo XX.

Los archivos originales se encuentran en distintos repositorios militares, familiares y algunos encontrados en ferias de provincia, casas de antigüedades y lugares donde venden libros de segundo uso, los cuales he ido fotografiando a lo largo de más de 15 años y que conforman una base digital de más de dos mil expedientes.
En todos los casos indicaré su origen para que el que desee pueda buscarlos y leer los originales.


El artesano Abraham Trillo Villamonte, cuando principió la guerra, declara que se encontraba en el puerto de Iquique en compañía de su esposa y de un niño, el mismo que tendiéndolo en sus brazos se asustó cuando apareció la Escuadra Chilena. Entregué mi hijo a mi esposa y le dije: “El deber me llama, suenan los clarines voy a defender a mi patria”.  Y sin vacilar me dirigí al cuartel Batallón “Iquique No.1” que comandaba el Coronel Alfonso Ugarte.
Me dieron un rifle. No hubo lugar a hacer fuego porque los buques chilenos no nos hacían. Nos dedicamos a perfeccionarnos en el manejo del arma y la construcción de trincheras, para cuando el enemigo rompiera los fuegos.
Trascurrieron algunos meses cuando se alistó la escuadra peruana y rompió el bloqueo sobre los buques chilenos “Covandonga” y “Esmeralda”. El “Huáscar” arremetió contra la Esmeralda echándolo a pique. La Covadonga escapó, siendo perseguida por la “Independencia”, que encalló en hora fatal.
El batallón Iquique No.1 al cual yo pertenecía se encontraba en la plaza del Mercado. Mi coronel Alfonso Ugarte hizo traer varias barricas de cerveza celebrando el triunfo del Huáscar. Más tarde supo la desgracia de la Independencia y dándose una palmada en la frente dijo: “…Estamos perdidos…pero no importa, ADELANTE…”.
Dejamos Iquique y emprendimos marcha a Tarapacá, sufriendo penuria y media. Nuestro armamento estaba completamente sucio por la gran cantidad de arena que soplaba en esas pampas. Al amanecer limpiamos las armas. En esa faena estábamos cuando a las 9am poco más o menos, tocaron a las armas. El enemigo se presentó. Tuvimos un día de combate derrotando al enemigo.
Estando en la línea de batalla, una bala vino a la frente del coronel Ugarte, agujereándole el sombrero blanco que usaba, hiriéndole en la frente. El comandante La Torre, viendo bañado en sangre al Coronel Ugarte, le dijo que bajara a la quebrada a curarse, a lo que él contestó: “…Deje comandante, tengo que morir en mi línea…”
Avanzamos hasta el campamento enemigo abandonado, donde encontramos colchones y víveres. Seguimos la marcha a Arica, donde después de algunos días preguntó el coronel Varela al coronel Ugarte, si tenía algún soldado que pudiera instruir a algunos que no estaban prácticos. El coronel Ugarte le contestó que tenía un distinguido: De esa manera pasé al batallón Artesanos de Tacna.

En un pequeño descanso que tuvimos, fuimos a pasear a Tacna.
Cuando los chilenos peleaban en ese lugar, el batallón Artesanos de Tacna pasó a Arica. Nos tocó pelear en el Morro con tanta suerte que ninguna bala me llegó. Subimos al Morro. No se veía un solo chileno. Transcurrió poco tiempo y divisamos a un regimiento chileno que avanzaba, y como yo estaba de guardia con dos de mis compañeros, al ver acercarse al enemigo, le dije: “Bajemos”. Y lo hicimos por un lugar denominado la Lisera.
Bajamos a la villa del mar. Los chilenos subían al Morro, nos divisaron y nos hicieron fuego. Nos salvamos tras de una peñas. Por esos lugares encontramos a la ambulancia peruana, la misma que nos indicó una cueva llamada “Reina”. De esa manera pudimos salvarnos, pues todos los compañeros que caían en poder del enemigo eran pasados por las armas.
Optamos por dirigirnos a Tarapacá en compañía de dos tarapaqueños, Cirilo Mueco y uno apellidado Mariano Cauitín, que como conocedores bien del camino, me acompañé con ellos hasta un lugar llamado “Tirana”, donde llegamos en un estado calamitoso, muertos de hambre, de sed y sin zapatos.
Todas estas tragedias las pasé a los 23 años de edad. Es a pequeños rasgos como puedo comprobar mi estadía en la guerra fatal del 79.


Fuente: Archivo histórico del Centro de Estudios Histórico Militares del Perú, letra “T”. Archivo digital Juan Carlos Flórez Granda.

viernes, 5 de junio de 2015

Recuerdos de mejores tiempos: El heroísmo del Deber. Entrevista a Francisco Bolognesi

Por: Juan Carlos Flórez Granda
Director – SEHCAP
jcflorezg@yahoo.com


Mientras realizaba una investigación para preparar una semblanza histórica de Bolognesi, encontré un artículo anónimo publicado el 07 de enero de 1882 en el periódico “Rejistro Oficial” del departamento de Ayacucho, el cual, conmemorando el primer año de esa gesta, contenía una entrevista al mismo Bolognesi días antes de la batalla.
Me tomé la libertad de copiar el título para ese trabajo y no dejo de sorprenderme por el sentimiento que, el autor anónimo, ha logrado plasmar en palabras sobre la actitud y pensar de este héroe.
La transcripción respeta la ortografía de esa época en todas sus partes y la calidad de la transmisión es suficiente para dejar de lado la búsqueda inicial y presentarles esta remembranza del máximo héroe militar peruano, patrono del Ejército, y que junto a Grau y Quiñones forman los pilares de nuestras Fuerzas Armadas.


Recuerdos de mejores tiempos
El heroísmo del deber

I

Francisco Bolognesi en 1868
Era el 23 de mayo de 1880. El Ejército Perú-Boliviano, reunido en Tacna, había tomado sus posiciones en el “Campo de la Alianza” y esperaba resuelto el ataque del invasor, a quien se podría divisar con la ayuda de un anteojo a pocas millas de distancia.
El que estas líneas escribe, fue enviado ese día a Arica, en una comisión importante, a bordo del Monitor Manco-Ccapacc.
El tren extraordinario salió para el vecino puerto a las 5 p.m. á fin de llegar en la noche á su destino y evitar así el cañoneo de la escuadra enemiga, que colocada frente á la desembocadura de los valles de Lluta y Chacalluta y fuera del alcance de las baterías de tierra, impedía la marcha del convoy.

Los pocos pasajeros que iban en el expreso, buscaron como es natural, el mejor alojamiento y yo me encaminé a casa de DJ de M., vecino notable del lugar, persona muy digna y respetable, cuya obsequiosa hospitalidad jamás podré olvidar.
El Jefe de la Plaza, había establecido su domicilio en la citada casa y tuvo la mayor satisfacción al saber que yo venía de los altos de Tacna y que podía darle noticias fidedignas de lo que ocurría en el campamento, pues es de notarse, que no obstante la corta distancia que la separa de esa ciudad, y á pesar del telégrafo y ferrocarril que, los unen, en aquella no se sabía lo menor respecto a los movimientos del enemigo, al número de tropas con que contaba y a las mayores ó menores probabilidades de victoria de nuestras parte.
El Coronel Bolognesi, á quien fui presentado, después de hacer los más gratos recuerdos de mi padre, de quien fue compañero y amigo, entabló conmigo el siguiente diálogo:
- Vamos – U. que viene de Tacna podrá darme noticias ciertas de nuestras tropas, pues las que aquí recibimos, ó son muy tardías ó no satisfacen de ningún modo.
- Señor, nuestro Ejército ocupa las mismas posiciones que tomó el General Campero: su estado de ánimo es satisfactorio aun para el patriotismo mas exijente y ha recibido mayor estímulo si cabe con la incorporación de la “División de Tacna”, mandada por el Prefecto Dr. Solar y que está compuesta de las Jendarmerías de los Departamentos de Tacna y Tarapacá, de las fuerzas de Policía y de la Guardia Nacional, en la que figuran personas de toda condición social, que no ha trepidado en ofrecer su continjente de sangre, en defensa de nuestra causa: todo, pues, asegura un próximo triunfo y se cree que los chilenos, vista la actitud resuelta del Ejército aliado, no se atrevan a avanzar y muden su plan de ataque.
- ¡Qué disparate! ¿Se sabe acaso el número de fuerzas del enemigo?
- Ygnoro, señor, si nuestros jefes están al cabo de esto, pero creo que nada se sabe de cierto y que los cálculos que se hacen sobre el particular son aventurados.
- Entonces ¿Cómo quiere U. que triunfemos? Es posible, es racional confiar en la victoria sobre un enemigo, cuya fuerza numérica no se conoce? ¿Por qué no se ha organizado un servicio de espionaje cerca de él, que nos comunique cuantos datos nos interesen? ¿Por qué no imitamos a nuestros enemigos, que están al cabo de lo menos que ocurre en nuestro campamento y que no ignoran ni el número de soldados que tenemos en los Hospitales?
- Me parece, señor, que si nuestros jefes carecen de ese dato tan importante, en cambio han tomado sus medidas para contrarrestar cualquiera ventaja que nos lleven los chilenos, y por lo mismo, nadie duda por un momento de la victoria.
- ¡Ay amigo! U. como la generalidad de nuestros compatriotas, lo vé todo color de rosa; pero es necesario convencernos de que nuestra condición no puede ser más triste: una serie de errores en todo sentido ha marcado desde un principio esta guerra, y por lo tanto, el desenlace no lo veo favorable á nuestra causa. Cuando el Ejército enemigo se ha decidido á atacarnos en nuestra propias posiciones, es por que ha medido todos los inconvenientes que podían presentarse a su paso y ha encontrado los medios de vencerlos; es por que tiene la plena seguridad de conseguir el triunfo, pues, este se lo garantiza con su mayor número de tropas, con el poder relativamente superior de sus tres armas y con el arrojo que es consiguiente á las ventajas que se han adquirido sobre el contrario. ¿Por qué antes de que adelantase á Sama, no se ha destacado una fuerza respetable sobre el litoral de Tarapacá? Con esta medida es más que probable, que se le hubiese llamado la atención por ese lado, y que su plan cambiase por completo.
- Aparte de los graves riesgos que se hubieran presentado para tal expedición, creo que no habían elementos bastantes de movilidad para llevarla a cabo.
- No, pues, está U. en un error. En el tiempo que me hallo al frente de Arica he proporcionado al Ejército aliado más de 900 mulas, sacadas de los valles de Azapa y Lluta y Chacalluta. Al habérseme dado el mando de la fuerza expedicionaria, yo le hubiera buscado la movilidad necesaria y habría respondido también del éxito. La condición actual de esta Plaza no puede ser más lamentable; todos la creen inespugnable y sin embargo no podrá resistir al enemigo, en un ataque combinado de mar y tierra: es tan corto el número de sus defensores, que fácilmente pueden ser arrollados en un momento.
- ¿Es posible Señor, que tal sea su condición?, cuando todos la consideramos como un baluarte ante el cual se estrellarán los esfuerzos del enemigo, en el caso de un desastre, tanto más que es el punto de retirada que la sola razón aconseja.
- Lo que le digo a U. amigo - Si la próxima batalla nos es desfavorable, como mucho me lo temo, Arica está perdido y sin remedio, por que quedaremos aislados, por que el enemigo traerá aquí todas sus tropas victoriosas, para atacarnos en combinación con su escuadra, por que tendremos que resignarnos á nuestra suerte. De mi sé decir á U., que como ciudadano y como Jefe de esta Plaza; preferiré morir antes que rendirla, siquiera para que nuestros compatriotas se estimulen con nuestra conducta, siquiera para que la Historia diga en sus páginas, al hablar de esta guerra:

“Los defensores de Arica, no obstante lo desesperado de su condición, cumplieron con su deber, prefiriendo morir en su puesto, antes que implorar la misericordia del vencedor.”

Pronunciando tan sublimes palabras, que ponían de manifiesto su acrisolado patriotismo y la grandeza de su alma, fuimos interrumpidos por la llegada de dos oficiales que venían á dar cuenta de una comisión.
Me despedí del Coronel Bolognesi para no volverle á ver mas.

II

Pasaron 3 semanas después de la batalla del 26 de Mayo, que decidió de la suerte del Departamento de Tacna.
Nos encontrábamos en Tarata, guarneciendo esa Provincia y sosteniéndola bajo la obediencia del Gobierno Nacional, con las pocas fuerzas que se pudieron organizar después del desastre.
No nos era conocida la suerte que había corrido Arica, pero la sospechábamos.
Unos pocos de sus defensores que se nos reunieron, después de sufrir las penurias de una larga marcha, nos dieron la fatal noticia, que no nos sorprendió, pues, ya digo, conjeturábamos el desenlace.
El Jefe de la Plaza, después de hacer frente, á fuerza de inteligencia y audacia, al primer empuje del invasor, no pudo resistir el segundo ataque, iniciado en condiciones ventajosísimas para el vencedor, pues los asaltados estaban ya diezmados. La veleidosa fortuna se declaraba nuevamente por Chile.
El Coronel Bolognesi intimado por el enemigo para que se rindiera, contestó con noble arrogancia:
“He tenido la desgracia de sobrevivir á mis compañeros, no sobreviviré á a pérdida de esta Plaza: la espada que la defendió, se rendirá con mi vida” y fue muerto inmediatamente.

Conservaré siempre grabado en mi memoria el rostro venerable de aquel guerrero, agobiado por el paso de los años y por las fatigas de una cruda campaña. Sus grandes dotes militares; su energía y actividad y su ascendrado patriotismo, que le llevó aun mas allá de lo que el deber le impusieran, hacen de él la personificación de lo que hay de mas digno y elevado en esta guerra; un héroe que la historia patria puede presentar con orgullo en sus más brillantes páginas, y cuyos hechos merecen ser ensalzados por un Homero.
Conoció los errores de la campaña y nó trepidó en combatirlos, aunque en vano; vió el peligro y nó se arredro ante él: y cumplido su deber como ciudadano y como soldado, no quizo sobrevivir á los Moore, á los Ugarte, á los Inclán, á los Blondell y á tantos otros que le precedieron en el camino de la inmortalidad, y cuando aun podía disfrutar en vida de sus glorias, creyó mancharlas, rindiendo su espada á los mismos que combatiera; prefirió morir y murió.

Los hechos de Bolognesi son de todos muy conocidos, y si me he permitido relatarlos aquí, hoy primer aniversario de su muerte, ha sido siquiera como un homenaje á la memoria del héroe; que una vez se dignó estrecharme la mano, concediéndome la honra de manifestarme su opinión sobre los sucesos de la presente guerra.

N.N.

Huancavelica, Junio 7 de 1881
Por esta Sección

Mariano Pagador