Por: Juan Carlos Flórez Granda
Director SEHCAP
jcflorezg@yahoo.com
Hace casi una década atrás y
teniendo a la mano el libro “Tomo I Serie Biográfica - Los Héroes de la Breña”,
figuraba el inventario, para consulta general, de expedientes militares de sobrevivientes
de la pasada guerra. Llamó la atención este legajo que no figuraba en la lista,
el cual fotografiamos para su posterior análisis.
Publicamos este segundo
trabajo donde a través de los relatos de sobrevivientes, se destaca la valerosa
actuación, en este caso, de Alfonso Ugarte.
Es importante reiterar que el
objetivo principal es mostrar directamente al peruano común realizando actos
heroicos tan meritorios e importantes como los personajes ya conocidos por
nosotros, y en este caso particular, el hijo de Estanislao Granadino, un
acaudalado tarapaqueño que contribuyó a crear al batallón Iquique No.1, es quien
presenta una solicitud a la Comisión Calificadora de Combatientes de la Guerra
del Pacífico para que se reconozca los servicios de su padre y durante esta
larga e interesante crónica, descubriremos en un lenguaje a veces confuso pero
muy detallado, detalles poco conocidos de esta batalla.
Se ha respetado casi en su
totalidad la construcción gramatical del original, dejando al lector criterio
para poder entender su contenido.
“…Andrés A. Granadino Almonte, General del Ejército en situación de
retiro, solicito de Ud. se sirva disponer que la “Comisión Calificadora de
Combatientes de la Guerra del Pacífico” declare vendedor de la “Batalla de
Tarapacá” del 27 de noviembre de 1879 contra el Ejército de Chile, a mi padre
don Estanislao B. Granadino, batalla en que fue herido en una pierna en las
circunstancias que se expresan a continuación, que deliberadamente son
expuestas con bastante latitud a fin de que no se ignoren detalles inéditos sobre
la creación en Iquique del glorioso “Batallón Iquique” de 990 plazas,
organizado, vestido, equipado, alimentado y pagado, desde su creación hasta el
7 de junio de 1880, en que fue aniquilado en el mundialmente conocido sacrificio del Morro de Arica, junto con su
jefe el ínclito paladín Alfonso Ugarte, que, cubierto en los pliegues de la
bandera del glorioso “Batallón Iquique”, bordado por mi madre y otras damas
tarapaqueñas, prefirió arrojarse al mar y morir despedazado en los peñascos del
Morro de Arica antes de caer en manos del enemigo, por un grupo de verdaderos
patriotas, acaudalados salitreros tarapaqueños, sin que el Estado tuviese que
abonar ni un solo centavo, sino suministrar solamente los fusiles y municiones,
a lo que mi padre contribuyó con ingentes sumas que fueron abonadas desde el
primer día de su creación hasta el mismo 7 de junio.
Así como sobre la épica marcha no igualada jamás por ningún ejército
del mundo en circunstancias semejantes, ni aun en las guerras de la
independencias del Perú (en las que el general español Valdez cubría fuertes
jornadas pero no a pie sino montadas sus tropas en caballos del país, mulas,
burros y hasta llamas, con las que llegaba a recorrer hasta 60 km en un día),
tal como fue la marcha de Iquique a Tarapacá en 4 jornadas nocturnas:
La primera de 10km abandonando Iquique a las 4 de la tarde del 22 de
noviembre de 1879 para llegar a pie a las 11 de la noche del mismo día a la
estación de “El Molle”.
La segunda de 50km, partiendo a pie de La Noria a las 4 de la tarde del
23 para atravesar el desierto calichero para llegar a La Tirana donde llegó al
amanecer del 24.
Las terceras y cuartas jornadas partiendo de La Tirana a las 6 de la
tarde del 24 para atravesar el desierto entre La Tirana y la quebrada de
Tarapacá, o sean 90km sin contar con una sola gota de agua, escases más
sensible para una División que carecía de cantimploras, llegando a partir de la
una de la tarde de la segunda etapa (25) , al borde de la pampa y del desierto
con la quebrada de Tarapacá, frente a Huarasiña, muertos de hambre y sobre todo
padeciendo de sed. En una palabra, una División que no podía entrar en combate
por hallarse completamente agotada después de esas 4 marchas nocturnas seguidas
a pie, mal alimentados y sobre todo sin agua, y que si no hubiese sido por la
inteligente previsión y energía de mi padre que les hizo preparar sustanciosas
comidas el 25 y 26, a riesgo de privar de víveres a su familia compuesta de su
esposa y de 3 hijos menores de edad, mis hermanos mayores, que se dirigían en
caravana a Tacna, con lo que contribuyó a convertir a tropas agotadas por las
marchas, incapaces de combatir, en tropas llenas de energía física y coraje con
las que derrotó al enemigo, después de descansar un día efectivo.
La participación que tuvieron las tropas tarapaqueñas en la batalla,
así como mi padre que no quiso abandonarlas en la lucha, combatiendo lado a
lado de Alfonso Ugarte, primo de mi madre, curando al jefe del batallón Iquique
de su herida en la cabeza, recibiendo él mismo un balazo en una pierna,
sirviendo de agente de enlace entre la División de Cáceres y la de Ríos durante
la batalla, y ayudando a coordinar los ataques centrales en los que fue mi
padre, elemento decisivo, que terminaron poniendo en fuga desenfrenada a los
5000 soldados chilenos, envalentonados con sus fáciles triunfos de Pisagua y
San Francisco.
Por último, su ayuda a la División Ríos durante la larga y terrible
retirada de Tarapacá a Arica junto con las otras tropas peruanas y la familia
de mi padre, acompañando a esta División, prestándole toda la ayuda necesaria y
atención por mi madre y su servidumbre, de sus heridos y enfermos, desde Sipiza
hasta llegar a la Quebrada de Camarones.
Antes de continuar debo hacer presente que todas las poblaciones,
campos de batalla, red de caminos, rutas de invasión principalmente, y las de
retirada utilizadas en 1879, han sido reconocidas personalmente por el suscrito
en camioneta, automóvil y especialmente en mula, durante algo más de un mes, al
regresar de mis 7 años de destierro en la Argentina por el general Odría,
estudiando todas sus condiciones logísticas, además del terreno, vías de
invasión, etc., bajo el más amplio espíritu ofensivo o de revancha, para lo
cual aproveché del pretexto plausible de visitar la tierra donde nacieron mis
padres y viven hoy mis numerosos parientes en toda la provincia o departamento
de Tarapacá.
Debo de declarar que, sin ninguna excepción, se mantiene vivo el amor a
nuestra Patria, el Perú, lo que no podía ser de otra manera en la tierra del Mariscal
Castilla y Marquezado y la de Alfonso Ugarte, hallándose listo su espíritu de
colaboración en todo lo que yo pudiese pedirles.
Mi citado padre nació en la población de San Lorenzo de Tarapacá,
capital del Departamento, el 10 de noviembre de 1836, siendo el último de los
15 hijos, entre hombres y mujeres, que tuvieron mis abuelos Dn. Vicente B.
Granadino y Dña. Manuela de Oviedo de Granadino, su esposa.
Dedicado mi padre desde muy joven a la explotación del salitre el cual
mi abuelo fue uno de sus descubridores, era propietario, a la declaración de la
guerra con Chile, de 3 oficinas salitreras: Ramírez, San Donato y San Lorenzo,
elaboradores de salitre con sus respectivas plantas inglesas de elaboración,
además de numerosas “estancas” de terrenos salitreros en los que se trabajaba
su extracción.
En Iquique era propietario asimismo de, además de varias bodegas o
grandes depósitos de salitre elaborado y listo para su exportación a Europa,
que más tarde sirvieron de alojamiento al glorioso “Batallón Iquique No. 1”,
así como a otras tropas acantonadas en ese puerto.
Al romperse las hostilidades con Chile, se reunieron en Iquique un
grupo de los más acaudalados salitreros tarapaqueños, formado entre otros por
D. Estanislao B. Granadino, mi padre, su hermano D. Marcos B. Granadino, D.
Fermín Bernal y García, D. Lorenzo Zavala, d. Andrés Bustos, la familia Ugarte
y Bernal, D. Juan Vernal y Castro, D. Evaristo Quiroga y varios otros cuyos
nombres deben hallarse consignados en documentos oficiales de la época que
debería poseer el Ministerio de Guerra, los que decidieron organizar un
batallón de infantería de 900 plazas, refundiendo en uno solo los dos batallones originalmente
constituidos a fines de marzo antes de la declaración de guerra, formándolo con
oficiales y tropa de la Guardia Nacional, oriundos exclusivamente del
Departamento de Tarapacá, cuyo sostenimiento general durante todo el tiempo que
durase la guerra sería sufragado íntegramente por los acaudalados salitreros
tarapaqueños presentes, sin que le costase un solo centavo al erario peruano,
el cual solo debía suministras los fusiles y municiones necesarios, para lo
cual los tarapaqueños presentes y los que se adhiriesen posteriormente, como lo
hizo mi tío Marcos B. Granadino, hermano de mi padre y casado con mi tía
Dominga, hermana de mi madre, se comprometieron a abonar la cantidad inicial
necesaria y mensualmente la suficiente para su sostenimiento, inclusive el
importe de la alimentación, sueldos, gratificaciones y propinas a la tropa.
El Sr. Estanislao B. Granadino ofreció poner inmediatamente a
disposición del batallón que iba a organizarse, 2 grandes “bodegas” que le
servían de depósito de salitre, sitas hoy en la calle Serrano, y 2 casas de
altos y bajos para Alojamiento del Cuerpo de Oficiales y Oficinas del Batallón,
situadas hoy en la calle Sargento aldea.
Se acordó asimismo, que a la brevedad posible se suministrase a dichos
oficiales las prendas de cama necesarias lo mismo que a la tropa, así como los
muebles y enseres necesarios a las oficinas, disponiéndose al mismo tiempo la
confección de uniformes, capotes y demás prendas de vestuario, ropa interior,
calzado, correaje y fornituras, mochilas, cantimploras, así como los enseres
necesarios para la confección de las comidas para oficiales y tropa,
comprendiendo servicio de comedor para los mismos, además de la compra de alas
de silla para las plazas montadas y para el transporte del parque e
impedimenta, útiles de campamento, etc.,
o sea de todo lo que necesitase el batallón para entrar en campaña.
En la misma reunión se designó 1er. Jefe del Batallón, confirmando su
nombramiento primitivo, al Sr. Alfonso Ugarte, coronel de Guardias Nacionales,
quien desde ese momento se encargaría de las gestiones oficiales ante la
Comandancia en Jefe para alcanzar su completa organización, especialmente del
Cuerpo de Oficiales y aceptar las clases y soldados instructores que había
ofrecido proporcionar el coronel Andrés A. Cáceres, jefe de la 2da. División
del Ejército del Sur, para la instrucción necesaria y cooperar en la
organización general, gestionando de la superioridad la aprobación de las
medidas adoptadas.
En la misma reunión se acordó comprar el cuero, etc., necesario para la
confección del correaje, fornituras, cinturones, que no podía suministrar el
Estado, a fin de activar su entrega al batallón pero, sobre todo, dotarlo de
suma urgencia de las cantimploras tan indispensables en esa árida región de
pampas, pero que no podían adquirirse en las instalaciones del Ejército en
Iquique que no las tenía, debiendo ser adquiridas en Lima, lo que
desgraciadamente no pudo dotarse la Batallón a pesar de haberse enviado a Lima
un oficial comisionado con la autorización de la superioridad y provisto del
dinero necesario.
Se dispuso asimismo que las esposas, hijas y parientes de las personas
allí presentes, organizasen talleres de costura con la cooperación de todas las
damas peruanas de Iquique con los sastres necesarios, para confeccionar las
prendas de vestuario y equipo del personal de oficiales y tropa del batallón,
así como que se procediese a confeccionar la bandera nacional destinada al
Cuerpo, así como los banderines, que serían entregados al Batallón cuando
terminase de organizarse y lo dispusiese la Comandancia en Jefe en la ceremonia
patriótica correspondiente, procediéndose en el acto a recabar los cheques,
órdenes de pago comerciales, giros sobre Londres en $, etc.
Efectivamente el…………….. de 1879, se reconoció oficialmente al batallón
de infantería de 900 plazas comandado por el coronel de Guardias Nacionales
Alfonso Ugarte Vernal, designándolo con el nombre de “Batallón Iquique No.1”,
siendo afectado a la División Ríos acantonada en Iquique y compuesta de tropa
nativa del Departamento, el cual desfiló correcta y gallardamente ante el Alto
Comando y autoridades militares, en medio de entusiastas aclamaciones, vítores
y entusiasmo patriótico de toda la población de Iquique.
Según las Listas de Revista que no han sido encontradas hasta la fecha,
entre los oficiales y tropa del batallón figuraban muchos parientes de mis
padres, así como numerosos empleados y obreros de las oficinas de salitre de mi
padre.
Antes de la declaración de guerra, muchas familias tarapaqueñas
residían en Tacna por su clima, abundancia de víveres frescos, etc., entre los
que se encontraba mi tío Marcos B. Granadino, hermano de mi padre y su familia,
que habían viajado por vía marítima con sus hijos antes de la declaración de
guerra.
Pero, una vez que Chile se adueñó del mar después del hundimiento del
monitor “Huáscar”, se intensificó el bloqueo de la vía marítima entre Iquique,
Pisagua y Arica, por lo que solo algunas pocas familias optaron por tomar la
ruta terrestre de Pisagua – Tiviliche – Quebrada de Camarones – Arica y Tacna.
Como en Iquique hasta los civiles sabían con certeza que en
Antofagasta, Chile preparaba su primera invasión del Perú para apoderarse del
rico departamento salitrero de Tarapacá que era su primordial objetivo,
desembarcando obligatoriamente en Pisagua, mis tíos Marcos y Dominga urgieron a
mis padres para que se trasladasen cuanto antes a Tacna, a fin de
descongestionar en lo posible al suministro de víveres frescos especialmente
carne, de que carecía Iquique en cantidad suficiente para el Departamento, lo
que hacía muy difícil el aprovisionamiento de las tropas.
Como por intermedio de Alfonso Ugarte, primo de mi madre, mi padre
había sostenido sólida amistad con el coronel Andrés A. Cáceres, jefe de la
2da. División Peruana de Línea acantonada en el Departamento, amistad que
culminó años después cuando mi padre aceptó gustoso su deseo de ser mi padrino
de bautizo por haber nacido el suscrito el 10 de noviembre, fecha también del
nacimiento del que fue Mariscal del Perú, Don Andrés A. Cáceres.
Esta amistad se convirtió en sólido vínculo cuando se tradujo en el mismo
año de 1879 en el servicio que le hizo mi padre a él y al Perú al
proporcionarle 500 mulas de carga adquiridas en el Tucumán, Argentina, que le
servían a mi padre para el transporte del salitre de las oficinas de
elaboración a las estaciones del ferrocarril de Pisagua al puerto de Iquique
para su embarque al extranjero. Este ganado lo necesitaba con urgencia el
coronel Cáceres para poder transportar su parque e impedimenta como víveres,
etc., de su División, en su desplazamiento sobre cualquier punto del
departamento que fuese necesario, para poder hacer frente al enemigo que se
afirmaba invadiría en breve al Departamento.
Como muy pronto obtuvo mi padre confirmación de la inminencia del
desembarco de tropas chilenas en Pisagua, que cortarían la ruta terrestre a
Tacna por Pisagua, Tiviliche y Arica, inició los preparativos para marchar por
tierra a Tacna con toda su familia, marcha a la que se agregaron numerosos
parientes cercanos con sus familias, residentes en la Tirana, Pica, Matila,
Pozo Almonte y el Valle, formándose una verdadera caravana, por lo que dispuso
mi padre que cada familia preparase sus acémilas de silla y carga para el
transporte de su propio personal e impedimenta, especialmente sus víveres en
cantidad necesaria para el largo viaje de más de 600km que se iniciaría
probablemente en La Tirana en fecha que indicaría mi padre oportunamente,
población en la que debía reunirse o concentrarse la caravana.
La marcha sobre Tacna se haría por los senderos del comienzo de las
estribaciones de los Andes, a fin de no obstaculizar los posibles
desplazamientos de las tropas peruanas en la Pampa del Tamarugal, y comienzo de
las quebradas que bajan de los Andes para perderse en dicha pampa.
La principal preocupación de mi padre consistía en el suministro de
carne y víveres necesarios para las dos terceras partes del viaje por lo
menos, por lo que formó por su cuenta un
rebaño compuesto de ganado vacuno con algunas vacas para el suministro de
leche, especialmente para los niños de la caravana, además de corderos, aves
llamas, y también además de un convoy transportando charqui, chalona, arroz,
chuño, papaseca, chochoca, maíz para cancha y mote, harina de trigo y de maíz,
azúcar, té chocolate, etc., todo en cantidad suficiente, además de algunos
barriles de agua que podrían ser necesarios, así como enseres de campamento,
clase de víveres y agua que el ejército peruano tendrá que llevar cuando llegue
el momento de lo que fue y será siempre nuestro. Mis padres montaban excelentes
mulas argentinas de silla elegidas cuidadosamente, llevando una mula con
angarillas en que irían sus dos últimos hijos menores de edad, uno en cada
lado, mientras que cabalgando en la parte superior y central, iría nuestra
hermanita la mayor, menor de edad también. Dicha mula estaría a cargo de un
antiguo arriero de toda confianza que no podía alejarse de ella por ningún
motivo.
Formaba parte de la caravana, personal de la servidumbre, además de los
antiguos y mejores y ya probados arrieros conocidos de mi padre, con las
mejores mulas de carga de las tres oficinas de salitre, habituadas a marchar
por la Pampa del Tamarugal.
La intención de mi padre y de su capataz y arrieros era marchar no por
el borde Este de la pampa, sino por los senderos para las mulas, a media
pendiente de los espolones de los Andes, pasando de quebrada en quebrada, en la
dirección general del norte y paralelo igualmente al borde Este de la Pampa del
Tamarugal, con el fin de no entorpecer posibles desplazamientos de las tropas
peruanas, tal como sucedió.
La reunión de la caravana con todos los elementos que le constituían se
realizó el 28 de octubre en La Tirana, iniciándose la larga marcha en la mañana
del 1ro. De noviembre, en momentos que se extendía la noticia transmitida por
telégrafo desde Pisagua, de que los chilenos habían iniciado el ataque para
apoderarse de ese puerto y poder desembarcar sus tropas. Bajo la penosa
impresión del ataque chileno, la caravana siguió su marcha hacia el Este, sobre
Tipiza, para de allí girar definitivamente al Norte.
Después de atravesar varias quebradas paralelas, la caravana llegó al
mediodía del 25 de noviembre al pueblo de Mamiña sobre la quebrada de Tarapacá,
a varios Km al N.E. de la población de ese nombre, habiéndose encontrado en
esos caminos de sierra con algunos soldados bolivianos que les informaron sobre
el éxito del desembarco chileno en Pisagua y la batalla de San Francisco con
resultado adverso para las armas de Perú y Bolivia, pero ocultando que estos
desastres se debían únicamente a la traición del presidente boliviano Daza que
se vendió por dinero a Chile, ordenando media vuelta en la quebrada de
Camarones a las tropas bolivianas que se dirigían a reforzar las tropas
peruanas en Tarapacá, y a que las tropas bolivianas asesinaran por la espalda
cuando asaltaban el cerro San Francisco.
Al llegar al pueblecito de Mamiña, 3 soldados peruanos en comisión en
dicho lugar, confirmaron a mi padre los anteriores informes, agregando que
después del desastre sin combatir en San Francisco, el ejército peruano, menos
la División de Caballería de Bustamante que también emprendió la fuga sobre
Arica, se encontraba en el pueblo de Tarapacá dirigiéndose a Tacna por Arica, y
que la División Ríos que había quedado en Iquique, había recibido orden de
abandonar ese puerto y dirigirse al pueblo de Tarapacá, la cual había partido
de La Tirana a las 6 de la tarde del día anterior 24, dirigiéndose sobre la
quebrada de Tarapacá, según informes telegráficos de La Tirana.
Al escuchar mi padre estos informes y conociendo perfectamente los
peligros del camino de La Tirana a Tarapacá, que había recorrido tantas veces
en su juventud, especialmente la senda que pasa por Huarasiña a la entrada de
la quebrada, especialmente por la absoluta carencia de agua antes de llegar a
Huarasiña, en una tan grande extensión
de cerca de 50km o sea la mitad de su extensión total, así como la
naturaleza del terreno, pedregoso en los primeros 45km y de arena muerta los
últimos 45, y con total ausencia de todo recurso, ordenó mi padre en el acto
beneficiar cuatro novillos así como varios corderos, carne que con víveres
secos apropiados la dirigieran sobre Tarapacá con varios arrieros bien
montados, conduciendo con ellos dos mulas además con 4 barriles para agua cada
una. Mi padre dejó a su familia y a la caravana bien instalada en Mamiña,
dirigiéndose rápidamente sobre Tarapacá con su pequeño convoy de carne y
víveres, donde sabía que se encontraba su buen amigo el coronel Andrés A.
Cáceres.
Al llegar a la pequeña plaza de Tarapacá le fueron confirmados todos
los informes anteriores, agregando la noticia de que algunos elementos
avanzados de batallón “Iquique” habían
llegado a la una de la tarde de ese día 25 al borde de la pampa y del desierto,
muy cerca y frente a Huarasiña, a la entrada de la quebrada, y que el jefe de
la División Ríos, División que desgraciadamente no había sido dotada de
cantimploras desde Lima, a pesar de sus angustiosos pedidos y remesas de
dinero, pedía con urgencia que se le enviara agua y víveres inmediatamente,
pues sus tropas se hallaban sumamente agotadas después de las 4 larguísimas
marchas de noche, muy sedienta y hambrienta.
No es demás advertir que el coronel Suárez jamás se preocupó de atender
en algo el angustioso pedido del coronel J.M. Ríos que pedía agua y alimento
para sus soldados tarapaqueños.
Al tener conocimiento de este informe mi padre dispuso inmediatamente
que una parte de la carne y víveres que traía desde Mamiña se dirigiera al
borde del desierto frente a Huarasiña y que se llenasen de agua los 8 barriles,
y que con las mulas de los víveres fuesen las 2 mulas con el agua al mismo
punto a juntarse con esa tropa del “Batallón Iquique”, donde con la paila que
se llevaba se preparasen rancho apropiado y continuo, suministrando agua a la
tropa de los 4 barriles mientras que mi padre continuaba con la otra mula de
agua, seguida después por la otra mula y 2 arrieros con sus barriles ya llenos.
En consecuencia mi padre subió por la pendiente S.E. de la quebrada hasta el borde del desierto
donde estaba reuniéndose poco a poco el batallón “Iquique” y el resto de la
División Ríos, continuando mi padre en dirección de La Tirana por las sendas
por donde venía el resto de la División, encontrándose a los pocos momentos con
Alfonso Ugarte que a pie marchaba al frente del grueso de su batallón para dar
ejemplo y levantar la moral de sus hombres y para ceder su caballo y las mulas
de sus oficiales a los soldados agotados por la marcha de 135km en 3 jornadas
de noche, a razón de 45km cada noche.
Es muy posible que mi padre no se diese exacta cuenta en esos momentos
de acción, de que con su previsión y energía estaba permitiendo que el Perú
pudiese escribir la página más gloriosa de su historia militar al convertir una
División de 1500 hombres agotados físicamente e incapaces de combatir, en otra
División llena de energía física y moral, pletórica de coraje, la cual iba a
decidir la suerte de la batalla, haciendo morder polvo a su odiado enemigo,
superior en número y armamento y a regar con su sangre sagrada y generosa un
campo de batalla donde hasta ahora se ven blanquear los huesos de nuestros
“inmortales”. Que se reconocen por los
botones de los girones de las reliquias de sus uniformes, botones de los que
poseo algunos y que claman venganza, mostrándonos el camino del deber y de la
reconquista de tierras que fueron y serán siempre nuestras.
Héroes olvidados desde el 27 de noviembre de 1879 y que recién ahora
que se sabe han desaparecido todos los heroicos sobrevivientes. Se recuerda que
la patria debió siquiera cubrirlos a ellos
y a sus descendientes de medallas y bienestar económico, mostrándolos al
país para que los admirasen y sirvieran de
modelo en el futuro hasta que en ese mismo campo de batalla el Perú
levante el monumento donde se graven en el mármol los nombres de todos “los que
cayeron por defenderlo” y de todos los que tomaron parte de la lucha,
levantándole el monumento que hasta ahora se le ha negado al glorioso paladín
que envuelto en los pliegues de la sagrada enseña de su glorioso “Batallón
Iquique”, se precipitó al abismo legándonos ejemplo eterno de heroísmo de lo
que valen los hombres y sus descendientes de esas sagradas y gloriosas tierras
entre los que se cuentan los Mariscales Ramón Castilla, La Fuente, el general
Remigio Morales Bermúdez y el coronel Guillermo Billingurst héroe del morro
Solar, todos los 4 presidentes del Perú, y los héroes de Tarapacá y del Morro
de Arica.
No hay que olvidar que esos hombres de la División Ríos, de coraje bien
templado, venían caminando con sus pies desde las 4 de la tarde del 22 de noviembre
desde Iquique hasta la estación del Molle, árbol que hasta ahora existe
esperando que lo cubra el pabellón peruano, donde llegaron a las 11 de la
noche, para tomar inmediatamente el tren que los condujo a La Noria a donde
llegaron a las 7 de la mañana del 23, lugar en que tomaron un ligero desayuno,
pero sí un buen almuerzo, e iniciar a las 4 de la tarde de ese día su épica
marcha a pie por los calichales, pedregales y arenales de la Pampa del
Tamarugal, hasta el amanecer del 24 en que llegaron a La Tirana donde
recibieron como ración una libra de carne con pan, bollos, galletas al
rescoldo, sopa y pillas preparadas por las damas peruanas, descansando hasta
las 6 de la tarde en que emprendieron la primera etapa de 45km de desierto
sobre la quebrada de Tarapacá, haciendo alto a las primeras horas de la mañana
del 25 en que el sol convertía la pampa en un horno abrasador, llegando por fin
a la 1 de la tarde los primeros elementos del “Batallón Iquique”, sobre el
borde del desierto con las pendientes que bajan sobre la quebrada de Tarapacá,
frente a Huarasiña, donde por el centro del vallecito corre el arroyo que lo
corta.
En ese borde se esperó que se reuniese toda la División, pudiendo
satisfacer esos héroes espartanos su hambre con el rancho que había hecho
preparar mi padre con parte de los víveres que trajo de Mamiña.
Reunida ya la División, bajó a la quebrada a las 9 de la noche para
recorrer los 2 o 3 kilómetros para alcanzar Huarasiña donde mi padre les había
hecho preparar precario alojamiento donde se repartieron los restos de la carne
asada y cancha con mote, sobrante del rancho que mi padre había hecho preparar
en el borde del desierto que acababan de abandonar. De dicho borde de la
quebrada, mi padre había enviado ya un arriero a Mamiña para que con nuevos
arrieros y mulas se enviase más víveres y carne para poder preparar un
sustancioso rancho para toda la División Ríos en Tarapacá, donde posiblemente
se llegaría a las 12m del día siguiente 26. Este pedido fue despachado bajo la
vigilancia personal de mi madre para que fuesen la mayor cantidad de víveres,
aun a riesgo que se agotasen los víveres que se contaban para seguir la marcha
a Tacna.
Mientras tanto mi padre descansaba en la misma casa con Alfonso Ugarte,
coronel J.M. Ríos y algunos jefes de la División en el alojamiento preparado
por un pariente cercano residente en Huarasiña. Habiendo pedido por medio de un
arriero a un primo hermano que residía en Tarapacá, que preparase alojamiento
el día 26 para el mismo personal, al que posiblemente se agregaría el coronel
Andrés A. Cáceres con alguno de sus jefes, disponiendo al mismo tiempo los
lugares convenientes donde pernoctaría la tropa de la División Ríos, que ya se
encontraba en condiciones físicas muy aceptables.
A las 8 de la mañana del 26, víspera del día que se escribiría la más
gloriosa página de nuestra historia militar y ya completamente restablecida la
División Ríos de su desgaste físico, después de tomar una ligera colación,
partió de Huarasiña llevando desplegada la gloriosa bandera del “Batallón
Iquique” a la cabeza, seguida de sus jefes, del “Iquique” y demás unidades
tarapaqueñas. A las 12 del día la División desfilaba gallardamente en la plaza
de Tarapacá, frente a los dos generales del ejército del Sur, y sus altos jefes
y cuerpos de tropa.
En Tarapacá esperaba a la División Ríos y a todo el cuerpo de sus jefes
y oficiales, el magnífico rancho preparado por el cocinero oficial de la
caravana a quien había enviado mi madre, con los víveres enviados por ella de
Mamiña, que dejó casi exhaustos a los de la caravana, rancho que se repitió en
parte a las 6 de la tarde, con lo que terminó de reponerse completamente toda
la División Ríos. Marcha de Iquique a Tarapacá en 4 días sin perder un solo
fusil ni un cartucho, habiendo solo abandonado en la estación de El Molle y
algo también en La Noria, bastante cantidad de víveres que no pudieron ser
transportados de La Noria a La Tirana i mucho menos a Tarapacá, en las muy
pocas mulas con que contaba la División, pero que fueron entregados al pueblo
peruano, incluso los que no pudieron llevar sobre sí las tropas y los
oficiales.
La marcha ejecutaba por esta División de 1500 hombres, supera a las más
memorables que consigna la historia militar de todas las Américas, inclusive
las del general español Valdez en las guerras de la independencia del Perú,
ejecutados por los legendarios soldados cuzqueños, pero que eran realizadas
montados los soldados de infantería en caballos del país, mulas, burros y hasta
en llamas, con lo que se explica la de 60km en su campaña de Moquegua.
Al comenzar a amanecer el 27, mi padre fue despertado en la pieza en
que dormía Alfonso Ugarte, por una mujer que conocía a mi padre desde niño y
que tenía su choza con sus corderos y perros en el borde de la pampa con las
pendientes que forman la Quebrada, y cerca de una torrentera, la que le avisó
que los chilenos estaban ocupando todo el borde que domina el valle, mientras
que soldados a caballo y más soldados a pie continuaban sobre Pachica por el
mismo borde. Mi padre despertó inmediatamente a Alfonso Ugarte que hizo tocar
“generala” que puso en pie a todas las tropas peruanas, lista a inicial la
lucha, mientras mi padre transmitía el informe al coronel Cáceres, el cual sin
esperar órdenes inició el ataque lanzando a la conquista de las ásperas
pendientes que dominaban la quebrada, a su famoso batallón “Zepita” seguido del
“2 de Mayo”, los que al alcanzar el borde de la pampa se apoderaron de la
artillería enemiga, haciendo retroceder a los chilenos a bastante distancia,
apoderándose de sus trincheras, equipo, etc.
Y cuando en Batallón Iquique No.1 con Alfonso Ugarte a la cabeza y con
mi padre a su lado que hacía fuego con un fusil tomado a un soldado peruano
muerto, seguido de la “Columna Navales” de Iquique mandada por el abogado doctor Meléndez comandante de Guardias
Nacionales, y por un piquete de “Gendarmes de Iquique” mandado por el teniente
More, tropas que avanzaban apoyando vigorosamente al Coronel Cáceres, que
atacaba a la columna chilena Arteaga, fue herido Alfonso Ugarte de un balazo en
la cabeza, siendo socorrido en el acto por mi padre que le vendó la herida que
sangraba profusamente, con su pañuelo de seda del cuello, instante en que fue
muerto de un balazo su caballo blanco que le obsequiara mi padre en Iquique, al
que reemplazó mi padre en el acto entregándole su propia mula, con la que
continuó comandando su batallón y atacando al enemigo. Fue en esos momentos que
mi padre hacía fuego al lado de Alfonso Ugarte desde el comienzo de la lucha,
que fue también herido de un balazo en la pierna, proyectil que felizmente no
le comprometió el hueso, lo que le permitió montar la mula de uno de sus
arrieros que trajo de Mamiña y que combatía también a su lado siguiendo el
ejemplo de mi padre.
Y cuando el escuadrón chileno de “Granaderos” cargó impetuosamente
sobre la “Columna Loa” de Tarapaqueños y no de bolivianos como se dice
equivocadamente, y sobre los gloriosos “Navales” que tanto se distinguieron en
el Morro de Arica, que no tuvieron tiempo para formar el “cuadro”, fueron
furiosamente acometidos por el glorioso “Iquique”, haciéndoles emprender la
fuga, lo que permitió a las unidades tarapaqueñas acometer de nuevo con
poderosos bríos al enemigo. Es en estos momentos que se vio aparecer en el
borde del norte de la pampa a la División Dávila proveniente de Pachica que
atacó el flanco del enemigo sin disparar, para acometerlo enseguida con repetidas descargas de fusilería, al
mismo tiempo que el coronel Andrés A. Cáceres atacaba el centro, lo que
desencadenó ataques coordinados sobre todo el frente peruano, lo que
originó el desbande general de los
chilenos que huyeron despavoridos por la Pampa del Tamarugal en dirección
Oeste, no deteniendo su fuga hasta reunirse con el grueso de su ejército en los
alrededores de San Francisco.
Alcanzado el triunfo, las tropas peruanas descendieron al valle de
Tarapacá al atardecer del 27, donde el comando peruano decidió retirarse sobre
Arica, lo que fue comunicado a mi padre por Alfonso Ugarte y por el coronel
Andrés A. Cáceres, lo que motivó que mi padre con su herida vendada
sumariamente se dirigiera en el acto a Mamiña a disponer la marcha de la
caravana sobre Tacna, pegándose ulteriormente a la retaguardia del “Batallón
Iquique”.
Al pasar por Pachica tuvo conocimiento que las tropas peruanas de
Tarapacá emprenderían la marcha a las 11 horas de esa misma noche,
precipitación despavorida originada por el falso informe de un arriero que sin
haber sido verificado, originó el abandono inhumano sobre el campo de batalla
de todos los heridos incluso los peruanos que no podían caminar, y que no se
enterrasen siquiera nuestros gloriosos muertos, así como el abandono casi sin
ocultarla de la artillería enemiga que tanta sangre había costado capturarla a
nuestros héroes.
En efecto, al amanecer del 28, la caravana de Mamiña emprendía la
marcha, enviando adelante al capataz de los arrieros hasta con un día de
anticipación y con dinero suficiente y 2 arrieros para comprar novillos, o
carneros, o aves, y los víveres secos que pudieran obtenerse a no importa a qué
precio, para suministrárselos también a la División Ríos.
Al llegar a Sipiza, la caravana se pegó a la cola del “Batallón
Iquique” continuando con él hasta Camiña. Desde Sipiza mi madre con su
servidumbre y ayudada por otras damas peruanas, tuvo que dedicarse a curar a
Alfonso Ugarte y a mi padre así como a los heridos en la batalla y a los
enfermos, hasta llegar a la Quebrada de Camarones. En el trayecto encontraron a
numerosos soldados bolivianos especialmente en Jaiña, donde en su cobarde fuga
se habían dedicado al robo, al saqueo y a violar a las mujeres, matando a todo
campesino peruano que saliese en defensa de ellas. En Camiña felizmente mi
padre no continuó con las tropas peruanas en su marcha sobre Moquella, camino
en el que le dieron media vuelta y regresaron a Camiña por un informante falso
también de otro arriero sobre la presencia de tropas chilenas en esa población.
Mientras tanto la caravana se dirigía sobre que se
halla sobre uno de los afluentes que
forman el río Camarones donde mi tío Marcos había hecho avanzar un pequeño
convoy y ganado en pie, que mi padre compartió con la División Ríos y la de
Cáceres y las otras hasta donde alcanzaron, reuniéndolos con otros que no
pudieron adquirirse.
En Soya, población inmediatamente anterior a Camiña se habían agotado
por completo todos los víveres de la caravana, los de los particulares incluso
los de mi familia, quedando solamente una caja de leche condensada y algunas
conservas que mi madre reservaba celosamente para los niños y algunos enfermos
de cuidado del “Batallón Iquique”, habiéndose liquidado por completo hasta con
las mulas de silla, y las de carga que se sacrificaron y comieron ya que no
tenían nada que cargar, salvo algunos enseres de campamento y el transporte de
la angarilla con mis hermanos mayores, menores de edad, las de mi padre y las del capataz y de
heridos de la División Ríos. Habiendo repartido en Sipiza algunas mulas entre
las unidades con heridos tarapaqueños y enfermos de cuidado.
En una de esas etapas mi madre y mi padre, cojeando, tuvieron que
marchar todo un día a pie, para ceder sus mulas a heridos del “Iquique”
Las tropas peruanas se alimentaban en general con el cuero del correaje
que no era indispensable, el que hacían hervir con raíces, hojas y cortezas de
árboles y arbustos, lo que produjo una epidemia de disentería.
Por todos los lugares poblados a lo largo de los senderos que seguían nuestras
tropas, se encontraban huellas recientes de los incendios provocados por los
soldados bolivianos, desbandados, así como de sus actos vandálicos, incluso
huellas de actos de canibalismo con niños. En algunos lugares los peruanos
tuvieron que hacer uso de sus armas para contener el vandalismo de esas
bárbaras y cobardes tropas y defender a nuestros connacionales.
Las tropas de la 2da. División y de la División Ríos guardaban estricta
disciplina lo mismo que las otras Divisiones, notando mi padre que en la
División Ríos no se perdió fusil alguno y ni un solo cartucho, incluso los de
los soldados que cayeron en la batalla de Tarapacá.
La sed era el tormento mayor y general, pues eran muy raros y lo son
actualmente, los pequeños arroyos y fuentes entre quebrada y quebrada, viéndose
obligada la tropa a beber sus propios orines para calmarla.
Por fin, la caravana de mi familia llegó a Pachía sobre la Quebrada de
Camarones donde mi padre poseía un pequeño fundo donde invernaban anualmente
las mulas de las “piaras” de sus salitreras y donde la familia pasaba a veces
algunos veranos. En dicho fundo se encontraba esperando a la familia de mi tío
Marcos, con todos los víveres necesarios, inclusive para las tropas de la
División Ríos, que descansaron dos días en él, continuando su marcha sobre
Colpa y Checa y Arica, donde el general Buendía y el coronel Suárez fueron
destituidos vergonzosamente del mando de las tropas peruanas del Ejército del
Sur, por el contralmirante Montero.
Después de una semana de descanso, mi padre con la familia continuó la
marcha directa sobre Tacna, donde ya tenía preparado alojamiento y donde
terminó su larga peregrinación, acompañando y ayudando a las gloriosas tropas
que vencieron al eterno y rapaz enemigo nuestro.
Como en el Archivo Nacional del Ministerio de Guerra que se conserva en
el cuartel Mariscal Cáceres de esta Capital, los mismo que entre los documentos
del Archivo del Centro de Estudios Militares, parece que no solo han
desaparecido los valiosos documentos oficiales referente a la creación del
“Batallón Iquique” en ese puerto, cuyos gastos en equiparlo, pagarlo, etc., fueron sufragados por un grupo de
salitreros tarapaqueños entre los que encontraba mi padre, sino también han
desaparecido hasta las Lista de Revista del mismo batallón, documentos de alto
valor histórico, correspondientes a los meses de abril de 1879 de su creación,
hasta el mes de junio de 1880 en que se sacrificó en el Morro de Arica, así
como también se hubiese esperado, asimismo, que hubiese desaparecido el último
sobreviviente de la batalla de Tarapacá para que hubiese podido certificar todo
lo expuesto en esta solicitud, lo mismo que los contemporáneos de la misma
generación que hubieran tenido conocimiento de los mismos hechos, por lo que
ofrezco el testimonio personal y jurado de los siguientes respetables
caballeros tarapaqueños que por su situación social y edad, escucharon de sus
padres y parientes y de los mismos vencedores sobrevivientes, relatos que
confirman todo lo expuesto. Dichos testigos son los siguientes:
Don Julio Zavala, tarapaqueño de nacimiento, de 72 años de edad,
sobrino del héroe del Morro de Arica coronel D. Ramón Zavala y por ser hijo de
su hermano D. Fernando Zavala, acaudalado salitrero que combatió también en la
batalla de Tarapacá en la Columna “Tradicional de Lima No.3”, el cual al ser
expulsado de Tarapacá se trasladó al Perú donde ingresó como contador del Banco
Central de Reserva del Perú del que está jubilado en la actualidad. Reside en
Magdalena del Mar en el número 283 del Jirón Bolognesi.
D Juan Baselli, tarapaqueño también de nacimiento, de 74 años de edad,
que al ser expulsado de Iquique por los chilenos se trasladó a Lima, donde se
radicó. Por sus patrióticas actividades en favor de sus comprovincianos
tarapaqueños, tacneños y ariqueños, fue proclamado Presidente Vitalicio de la
Sociedad “Tacna, Arica y Tarapacá”, y cuando se incorporó Tacna al territorio
nacional, fue proclamado igualmente Presidente Vitalicio de la Sociedad
Tarapacá.
En la actualidad, este patriota hijo de Tarapacá obsequia anualmente de
su propio peculio a nombre del departamento de Tarapacá, una medalla de oro con
su correspondiente diploma, al alumno más distinguido que egresa del colegio
nacional “Alfonso Ugarte” de Lima.
Comerciante muy conocido en la plaza de Lima por su honorabilidad y
competencia profesional. Su establecimiento comercial está ubicado en el Jr.
Carabaya 388, de Lima.
El profesor D. Manuel Paniagua Caucoto, tarapaqueño de nacimiento, de
73 años de edad, que ejercía la dirección y profesorado de un colegio de
alumnos hijos de peruanos de las poblaciones de Pica y Matilla cuando fue
expulsado de Tarapacá por los chilenos.
Se radicó en el valle de Chancay del departamento de Lima al llegar al
Perú, donde continuó ejerciendo particularmente su profesión magisterial.
Reside en el Barranco, avenida Surco No.324.
Estos caballeros de distinguida condición social que fueron expulsados
de Tarapacá por los chilenos por su propaganda patriótica a favor del Perú
antes del plebiscito, certificarán bajo juramento todo lo expuesto en la
presente solicitud, por haber escuchado estos hechos a sobrevivientes de la
Batalla de Tarapacá. El año pasado en la urbanización “Tarapacá”, cerca del
Callao, cedida por el Estado a los expulsados de Chile, murieron los dos
últimos sobrevivientes tarapaqueños de la Batalla de Tarapacá que pertenecieron
al glorioso “Batallón Iquique No.1”, escuchando también de sus padres y
parientes ancianos, así como de otros ancianos de la época…”
Hasta aquí la detallada
transcripción de Andrés Avelino Granadino, donde solicitaba a la Comisión: 1º. Reconocer
a su padre Estanislao B. Granadino como vencedor de Tarapacá y sea autorizado a
grabar en el mausoleo familiar “Vencedor de la Batalla de Tarapacá”, para que
toda su familia y descendientes conozcan y sientan orgullosos de las acciones
de su pariente, para admiración de las futuras generaciones, 2º. Se le conceda
una medalla de oro y un diploma o que se le autorice hacer una medalla a costo
del solicitante y repartir copias fotostáticas del diploma a los pocos miembros
de su familia, 3º. Se reconozca que su padre contribuyó con grandes sumas de
dinero a la creación y sostenimiento del Batallón Iquique No.1, 4º. Reconocer
todas las medidas adoptadas por su padre en la devolución de la energía física
y moral de la División Ríos, clave para ganar la batalla, y 5º. Se reconozca
que Estanislao Granadino contribuyó a que la mencionada división se retirase sobre
Arica “sin que se perdiese un solo fusil
y cartucho”.
No está demás señalar que el
pedido fue aprobado por todos los miembros de la comisión, resaltando entre sus
argumentos:
“Que el relato minucioso que de
la parte más importante de nuestra desgraciada Guerra con Chile hace el peticionario,
contiene muy interesantes datos y hechos que es necesario su divulgación
porque, si es verdad que la mayoría de estos son conocidos por los señores
miembros de la Comisión Calificadora, sin los cuales no cumplirían con acierto
su misión, también es verdad que la mayoría de la ciudadanía no los conoce en
sus detalles y esto es necesario que tenga divulgación como ejemplo y para
experiencia”.
Terminamos así la segunda parte
sobre Alfonso Ugarte descubriendo a su vez a otro peruano realizando hazañas
del mismo valor: Historia que no merece quedar en el olvido refundido entre
papeles de un anaquel.
Fuente: Archivo
Central del Cuartel General del Ejército. Letra “G”. Archivo digital Juan
Carlos Flórez Granda.
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