martes, 26 de junio de 2007

La Ocupación de Lima


Luego de las batallas por Lima, en la Guerra de Chile contra el Perú, el general Baquedano pactó con el alcalde limeño Rufino Torrico para la entrega de la capital peruana con la consiguiente ocupación por el ejército vencedor. Debido a que se preveía un enfrentamiento con el pueblo limeño, Baquedano eligió a los cuerpos más disciplinados, entre los que estaban los regimientos ¨Buín¨ 1° de Línea, Zapadores, Batallón ¨Bulnes¨, una brigada de artillería de campaña y los regimientos de caballería ¨Cazadores¨ y ¨Carabineros de Yungay¨.

Según Vicuña Mackena en su ¨Carta política¨, consigna que ¨...a las 4 de la tarde (del 17 de enero de 1881) empezó a entrar a Lima una parte escogida del ejército chileno, Lima parecía en ese momento un cementerio, nadie salió a las calles, salvo algunos extranjeros curiosos¨. La tristeza ciudadana era natural, por ello, las bandas del ejército chileno no tocaron, además de no despertar con sus acordes, alguna reacción patriótica en el pueblo. En cuanto al número de invasores que ingresaron, el tradicionalista Ricardo Palma, en sus ¨Cartas inéditas¨ nos cuenta que ascendió a 4,000 y lo hicieron ¨...con el mayor silencio¨; en la Plaza de Armas concluyó el desfile. En los días posteriores, los chilenos llegaron a 13,000,

Uno de los actos más dolorosos para el Perú fue el izamiento de la bandera chilena en los principales edificios, pero al lado de esta, también aparecieron emblemas de muchos países en diversos inmuebles, como símbolo de neutralidad, esto debido a que Lima era una ciudad que en su parte más céntrica, concentraba gran cantidad de comerciantes, la mayoría extranjeros, de tal forma que ellos exhibieron su emblema como señal de neutralidad.

La distribución de los diferentes cuerpos de ejército, se dispuso en los cuarteles de la capital y al no ser suficientes, se utilizaron otros locales del estado, como la Biblioteca Nacional, la Escuela de Ingenieros y el Palacio de la Exposición, además de las haciendas de los alrededores de Lima.

En un primer momento el comando chileno optó por tener acuartelada a la tropa, según Hipólito Gutiérrez en su ¨Crónica de un soldado de la Guerra del Pacífico¨, comenta que ¨...nos llevaron para Lima a un cuartel llamado Santa Elena. Ahí nos tuvieron acuartelados sin puerta franca. Como a los 8 días nos empezaron dar puerta franca...¨. El encierro a que fueron sometidos debió provocar insatisfacciones, puesto que todos pensaban descansar y gozar de placeres en la capital peruana.

Respecto a la población, ésta adoptó una actitud de reserva, de encierro. Según ¨El Heraldo¨ N° 174, ¨Lima está todavía como en viernes santo. No corre sino uno que otro carruaje; los carros del ferrocarril sin caballos...las tiendas cerradas y muchas casas como si acabara de morir el dueño...¨.

Según Gonzalo Bulnes en su ¨Guerra del Pacífico¨, dice que ¨...la sociedad limeña pasaba su tiempo encerrada en sus habitaciones, viendo pasar por entre los bastidores de sus ventanas esos uniformes odiados que le recordaban el deudo muerto, el hijo o el amigo ausente en el interior, sufriendo penalidades por seguir a un caudillo que les ofrecía una victoria segura. Todo era mustio y triste en Lima. Sus damas de distinción, las representantes de su aristocracia de nobilísimos blasones, no salían de su domicilio sino para ir a las iglesias el domingo y solamente allí se las veía desfilar, envuelto y casi cubierto el rostro con sus mantillas, como una protesta de aislamiento contra los invasores. La vida social estaba suspendida por completo. Ni teatros ni fiestas. En los hoteles y restaurantes dominaban los oficiales chilenos, a los cuales vigilaba severamente el General en Jefe¨.

Consolidada la ocupación, los invasores se apoderaron de las rentas del Municipio, se llevaron valiosas estatuas de los paseos públicos, así como cañones de la fortaleza del Callao y saquearon diversos establecimientos públicos y privados como la Biblioteca Nacional, la Universidad de San Marcos, la Escuela Militar, la Escuela de Artes y Oficios, el Colegio Guadalupe, el Palacio de la Exposición, el Jardín Botánico, etc.

Hubo un retraimiento que reflejaba lo difícil de la convivencia con el invasor. Ya que no se podía abandonar Lima, se recurría al vacío, destacándose el estado en que quedó la población masculina: heridos en cantidades que fueron atendidos en sus propios hogares, tanto por no haber sitio en los hospitales o enfermerías, cuando por evitar que los chilenos puedan conocer los nombres de todos los que participaron en las luchas y tomar represalias. Se buscaba en lo posible mantener el secreto.

Ante algunas violaciones y abusos de la soldadesca chilena contra las mujeres limeñas, la población respondía asesinando a los culpables, pero ante la fuerza de las armas enemigas por vengar la muerte de sus paisanos, muchas veces eran fusiladas personas inocentes. El 12 de marzo de 1881, fue muerto el orate llamado Cabo Cruzate en la esquina denominada Campanas; el 28 de marzo del mismo año hubieron dos ejecuciones en la plazuela de San Lázaro.

Según el diario ¨La Situación¨ en su número 109, en los primeros días de setiembre de 1881, cinco soldados chilenos ingresaron a la hacienda de Chavarría, cercana a Lima, en donde robaron y cometieron otros escandalosos crímenes; los agredidos mataron a los cinco chilenos. El tribunal militar nombrado, mandó tomar presos a todos los vecinos, pero los que en justa defensa mataron a los soldados chilenos, ya habían fugado. Al no haber testigos que declarasen, los invasores escogieron como víctimas a los arrendatarios y administradores del fundo y fueron condenados a muerte; el tribunal acordó además condenar a los citados reos, a la pena de confiscación de sus bienes, esta sentencia fue dictada el 29 de setiembre por Estanislao del Canto, J. León García, Diego A. Donoso y Julio Centeno.

Ese mismo día fueron sorprendidos varios sujetos cuando desenterraban cañones en Piedras Gordas, dos de ellos fueron fusilados. El 20 de julio de 1882, corrieron la misma suerte dos limeños en la plazuela de la Salud, tras el ¨quinteo¨, es decir, en los lugares que los chilenos querían dar un escarmiento, tomaban prisioneros a 5 peruanos y luego de un sorteo, fusilaban al que salía elegido. Este medio represivo fue muy cuestionado por miembros de los cuerpos diplomáticos acreditados.

La ocupación de Lima por las tropas invasoras, trajo muchas penalidades a la población, hasta que una mañana de agosto de 1884, el asta colocada en la Plaza de Armas amaneció sin la bandera chilena. Esa mañana habían desaparecido los chilenos de la capital, por ello la gente corrió la voz y comenzó a congregarse en el lugar. Las llaves de la puerta del Palacio, habían sido dejadas en la estación del tren.

A las 10 de la mañana entró una compañía de soldados peruanos, deteniéndose frente a Palacio, lugar al que penetraron; más tarde se supo que buscaban una bandera del Perú, no encontrándola ya que todos los emblemas se habían convertido en trofeos de guerra. Para entonces se había acercado un representante de la Municipalidad de Lima, recordando que tenía una bandera peruana oculta en un falso techo.

Luego de varios minutos de búsqueda, salieron del local edil, un oficial, 8 soldados y los representantes de la comuna, llevando una gran bandera plegada. Era la única que existía en Lima. Con solemne lentitud los soldados fijaron un extremo del pabellón a la cuerda del asta y extendiéndolo, empezaron a izarlo.

Volvía a vérsela, roja y blanca de Junín y Ayacucho, blanco de los Andes y rojo de Arica. Al momento en que subía, la muchedumbre silenciosa cayó de rodillas, muchedumbre formada por huérfanos, viudas, inválidos, solitarios y arruinados en esta infausta guerra. No se escuchó un tambor a una corneta, sólo una palabra que fue creciendo poco a poco...Perú...Perú.


Roberto Mendoza Policarpio
Historiador
C.E. huatiacury@yahoo.com