Por: Juan Carlos Flórez Granda
Director SEHCAP
Manuel Pedemonte Carrillo fue
uno de esos personajes que por circunstancias extremas ponen a prueba su moral
y convicciones hasta llegar a actos de heroicidad.
Nacido en Pisco en 1854, a los
doce años tuvo su primera prueba de fuego en el combate del 2 de mayo de 1866.
Músico de profesión, integró durante la guerra contra Chile, el grupo de la
banda de música del Batallón Ica. Su carácter siempre fue humilde y sereno pero
con esa vena de artista que le permitía destacar en su oficio.
Ya el titular a una entrevista
realizada en el diario “La Crónica” a finales de la primera década del siglo
XX, rezaba de esta forma:
“Conversando con el Maestro Pedemonte. El
Decano de Nuestros Músicos Militares.
La
ingratitud que no se explica. Recordemos a nuestros veteranos.
Una acción de estímulo que se impone”.
Cuando su fama se convertía silenciosamente en parte de
una leyenda popular por su acción en la guerra, Pedemonte, con sabia serenidad
respondía:
“Lo de mis servicios en el
ejército y lo de mi acción en la guerra
no tienen nada de ejemplar. Lo que sí creo es que no debería olvidarse la
nación de sus buenos hijos. Yo creo que siempre fui un buen hijo de la patria.
Y sin embargo, es triste decirlo, la
patria me tiene olvidado…”
Y no era para menos, hasta su
expediente militar se perdió en el Ministerio de Guerra cuando asesinaron al
general Enrique Varela en el cuartel Santa Catalina durante el golpe de 1914.
Pero enterémonos por su propia
crónica el acto de heroísmo que lo hizo famoso en su época.
Sargento 1ro. Manuel Pedemonte Carrillo |
“…Fue en Ica en el año 82. Habíamos salido para allá después de la
derrota de Miraflores. Íbamos a órdenes del coronel Mas. Los chilenos
perseguían en la dirección de la hacienda “El Molino”. Y en esta hacienda hacía
alto con las tropas peruanas el coronel Bernaola. Yo tenía, en ese entonces 33
años, El batallón chileno Longoi (Lontue NdR) había sido destacado para
perseguirnos. Yo había oído hablar de un boliviano que cogido por los chilenos
en las bandas de músicos enemigos había sido obligado á prestar sus servicios
en las bandas chilenas y que él para no prestarlos se había cortado el dedo
pulgar de la mano derecha. Entonces los chilenos se habían dedicado a buscarme
a mí para hacerme servir como músico. Me pusieron preso en el local del colegio
de San Luís, convertido en cuartel.
Yo era sargento primero de artillería en las filas peruanas. Acababa de servir como corneta mayor del batallón Ica. Junto conmigo estaba preso un músico peruano. Y él y yo estábamos designados para reemplazar al boliviano que se había cortado el pulgar. Por la mañana en que me tomaron preso me mandaron al rancho, para que recibiera el almuerzo. Yo estaba de mala gana y el caldo se me cayó de la cacerola. Entonces un cabo chileno ordenó que se me castigara. La sangre me hirvió. Yo recordé la doble humillación de haber caído en manos de los enemigos de la patria y el peligro de tener que tocar en sus instrumentos las marchas bélicas con que animaban los ataques á mí suelo y tomé la determinación. Por la tarde estaba ya con los dedos índice y mayor cortados de un hachazo. Naturalmente con esta circunstancia quedaba anulado para tocar en las bandas chilenas. Cuando me preguntaron por qué lo había hecho, respondí: Soy músico peruano. No tocaré ni una nota más en las bandas chilenas.
Yo era sargento primero de artillería en las filas peruanas. Acababa de servir como corneta mayor del batallón Ica. Junto conmigo estaba preso un músico peruano. Y él y yo estábamos designados para reemplazar al boliviano que se había cortado el pulgar. Por la mañana en que me tomaron preso me mandaron al rancho, para que recibiera el almuerzo. Yo estaba de mala gana y el caldo se me cayó de la cacerola. Entonces un cabo chileno ordenó que se me castigara. La sangre me hirvió. Yo recordé la doble humillación de haber caído en manos de los enemigos de la patria y el peligro de tener que tocar en sus instrumentos las marchas bélicas con que animaban los ataques á mí suelo y tomé la determinación. Por la tarde estaba ya con los dedos índice y mayor cortados de un hachazo. Naturalmente con esta circunstancia quedaba anulado para tocar en las bandas chilenas. Cuando me preguntaron por qué lo había hecho, respondí: Soy músico peruano. No tocaré ni una nota más en las bandas chilenas.
Yo no tenía interés en que se enteraran. Sabe usted, esas cosas no se
hacen nunca para que se enteren. ¿Acaso cree usted que Olaya, el índio héroe de
la independencia, tuvo la intención de que los chorrillanos le levantaran
estatuas?...”
Manuel Pedemonte se reintegró
en el año 1892 como músico de la banda de la Artillería de Marina. Después
compuso varios temas y por testimonio propio indicaba, “soy compositor nacional. Recuerdo muy imprecisamente todas las piezas
que compuestas por mí han sido tocadas después por las bandas del ejército. Pero
de manera especial recuerdo mi alegría cuando al pasar por las calles he oído
silbar por los muchachos y los hombres del pueblo mis valses y mis marchas.
Entre las que más popularidad alcanzaron recuerdo el vals “Guillermina”, la
marcha “Candamo”, que escoltara al difunto estadista en los funerales y cuya
tonada se hizo tan popular. También obtuvieron éxito otras marchas y por último
el vals “Rosalbina”. Mi última composición es la marcha fúnebre Guillermo
Billingurst, que se ha tocado en los funerales del presidente…”
En el año de 1888 se realizó
un concurso de bandas donde Pedemonte fue director de la banda de Policía del
Callao y alcanzó el primer lugar.
La Academia Nacional de
Santiago de Chile convocó a un concurso internacional y salió ganador su
composición. “premiaron mi obra de música
seria con presencias incaicas que yo titulara “Aires Peruanos”…Nunca
recibió el premio.
“…No señor. No lo reclamé nunca. Es decir, creo y casi estoy seguro de
que ese premio llegó a Lima pero no sé en poder de quién se habría quedado. Tal
vez en algún ministerio. A mí esto me ha tenido sin cuidado, sobre todo cuando
me proponía reclamarlo revivieron las tiranteces con Chile y usted comprende
que con esto – mostrando los dedos – y con el fervor patriótico de por medio no
iba a reclamar premio alguno…”
Este músico peruano olvidado
formó discípulos y delante de él se hicieron los maestros de muchas bandas que
han sido formadas en distintas regiones del territorio peruano. Nunca recibió
premio ni distinción alguna por parte de las autoridades. Termina la entrevista
decepcionado porque nunca le reconocieron sus años de servicios y había perdido
toda esperanza de una pensión de retiro. Ya muerto en 1922, se le concede a la
viuda una pensión de 3 libras mensuales y por pocos años después aumentaría a 5
libras.
Actos heroicos de gente común
lamentablemente olvidados por el tiempo.
Esta breve reseña sirva como
un rescate del olvido y un inicio a una investigación más rigurosa a personajes
comunes como Manuel Pedemonte Carrillo, que no dudaron en dar todo por su país
en tiempos de guerra.
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